terça-feira, 25 de outubro de 2011

sir gawain y el cavallero verde




Era el día de Año Nuevo, y todos los caballeros de la Tabla Redonda se hallaban congregados en el gran salón de Camelot. Transcurría uno de aquellos suntuosos banquetes con los que el rey Arturo y sus súbditos celebraban la Navidad, veladas alegres para charlar, contar historias galantes y bailar hasta bien entrada la noche. Se encontraban caballeros y damas en animada conversación cuando, de forma repentina, un extraño caballero irrumpió en el salón montado a caballo. Todos los presentes se inquietaron por el aspecto fiero de aquel hombre, que tenía un tamaño descomunal y, aunque no llevaba puesta armadura ni cota de malla, portaba en sus manos un hacha de tamaño terrorífico. Nadie dejó de notar que la totalidad de sus ropajes, e incluso su pelo, su barba y su caballo eran de color verde.



Con voz solemne, el enigmático personaje planteó a los presentes un desafío. Retó, a aquel caballero con el valor suficiente, a empuñar el hacha y asestarle un golpe con ella. A cambio, él se lo devolvería después, aunque concediendo un año de plazo. Como al principio nadie respondió, pues todos habían quedado impresionados por su aparición, fue el propio Arturo quien aceptó el reto para salvaguardar el honor de Camelot. Ya estaba el rey calibrando el peso del arma, cuando Gawain alzó su voz, pidiendo ser él quien asestara el golpe y afrontase las posibles consecuencias. Tras celebrar consejo con el resto de sus caballeros, Arturo accedió.

El Caballero Verde descabalgó de su montura y Gawain blandió la gigantesca hacha, descargando un golpe brutal sobre el cuello de su oponente, cuya cabeza rodó por el suelo, separada del tronco por la violencia del impacto. La sangre brotaba a borbotones del cuello del Caballero Verde, pero este no se desplomó, sino que, para espanto de todos los presentes, caminó hasta donde yacía su cabeza y la recogió del suelo. Sujetándola por el pelo, montó en su caballo y abandonó el salón, no sin antes recordar a Gawain su parte del trato. Para cumplirla debería buscarle antes de que transcurriese un año en un sitio conocido como la Capilla Verde.

Durante aquellas Navidades no se habló de otra cosa en Camelot, pero con el transcurrir de los meses el prodigioso suceso se fue olvidando poco a poco. Gawain vio pasar rápidamente las estaciones, sintiéndose cada vez más inquieto. Había dado su palabra al Caballero Verde de ir a buscarlo, y no faltaría a ella, pero mucho se temía que aquello supondría su fin. Por otro lado, no sabía en donde quedaba aquella Capilla Verde, y nadie en Camelot supo decírselo. Cuando la Navidad se acercó otra vez, Gawain se despidió del rey y sus amistades y partió de la corte sin rumbo fijo, aunque con la esperanza de encontrar a alguien que le indicase el camino. Muchos ojos lloraron al verle partir.

Vagó en soledad por regiones desconocidas, corriendo diversas aventuras. Sin embargo no hallaba por ningún lado la Capilla Verde.

Ya era el día de Nochebuena cuando, tras atravesar cabalgando un bosque, divisó un magnífico castillo construido en una planicie y rodeado de árboles. Como hacía tiempo que deseaba descansar, se dirigió al castillo, en el cual fue acogido de buen grado. El castellano, que según pudo comprobar Gawain, era hombre de valor y señor de esforzados vasallos, le dio la bienvenida e invitó a quedarse todo el tiempo que necesitara. Aquel señor sabía donde estaba la Capilla Verde, y prometió a Gawain que el día de año nuevo uno de sus criados le guiaría hasta ella, pues no quedaba muy lejos de allí.



Durante su estancia en el castillo, Gawain fue tratado con gran hospitalidad. Sin embargo, algo incomodó al caballero, y es que la joven esposa del señor del castillo le ofrecía descaradas muestras de amor. Tres mañanas seguidas incluso se coló en su habitación para intentar seducirlo. La dama era muy hermosa y se dirigía a Gawain con argumentos sutiles, pero él no quería faltar a la lealtad que debía a su anfitrión, por lo que se mantuvo firme, aunque sin perder nunca la cortesía. Al final ella acabo dándose por vencida, aunque quiso regalar al caballero un cinturón de seda verde adornado con hilos de oro como prenda de su amor. Gawain se negaba aceptarlo, pero, como la dama le contó que aquel cinturón poseía la propiedad mágica de volver invulnerable a su portador, terminó por ceder.

Al fin llegó la mañana de año nuevo y Gawain abandonó el castillo. Un lacayo le condujo a la Capilla Verde, la cual resultó no ser una iglesia, sino apenas una elevación de terreno cubierta de hierba y con unas aberturas en los laterales. Un lugar tan desolado que ponía los pelos de punta.



Se escuchó un ruido horrible parecido al de un gigantesco cuchillo al ser afilado. Cesó aquel sonido, y apareció entonces el Caballero Verde portando su hacha. Tras un tenso intercambio de impresiones, Gawain se dispuso a recibir el golpe fatal. El Caballero Verde se acercó, alzó su arma, la bajó con fuerza… y en el último momento amagó el golpe. Repitió la misma operación un par de veces más, dejando a Gawain al borde del colapso nervioso. A la cuarta sí alcanzó su cuello, pero sólo hizo una leve incisión. Con aquello quedaba saldada la deuda: “Golpe por golpe”, dijo el Caballero Verde. Y continuó explicándole a Gawain que todo había sido una prueba, incluidas las insinuaciones de la esposa del dueño del castillo, señor que no era otro que él mismo. El hada Morgana, hermanastra de Arturo y discípula de Merlín, le había hecho adoptar aquella forma para probar el valor y la honestidad de los caballeros de la Tabla Redonda.

Tras rechazar cortésmente la invitación del Caballero Verde de pasar unos días más en su castillo, Gawain regresó a Camelot, en donde fue recibido con gran alegría.

Desde entonces Gawain llevó siempre encima aquel cinturón verde como recordatorio de su debilidad al aceptarlo. O al menos eso es lo que nos cuenta el anónimo poeta que en el siglo XIV compuso Sir Gawain y el Caballero Verde.

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